Sobre la estupidez humana.

Escucha nuestro podcast en «Días de Radio» (Candil Radio) – 07/04/2022

Según dijo Albert Einstein: “Dos cosas son infinitas: la estupidez humana y el universo; y no estoy seguro de lo segundo”.

Lo secundo: pocas cosas abundan tanto en el universo como la estupidez humana.

Van a permitirme que me tome la licencia de ir compartiendo con ustedes una pequeña antología de la estupidez.

En primer lugar, definamos al estúpido. Porque hay muchos tipos y categorías. Hay estúpidos de nacimiento, otros lo son por error, incluso hay a quien la estupidez se les adhiere, como el olor del tabaco. Pero la mayoría, logran un estado de jubilosa estupidez a fuerza tesón y esfuerzo. Porque ser estúpido no es fácil. En particular, porque el secreto de una estupidez supina, genuina, de una estupidez “pata negra” es que el estúpido no sea consciente de su estupidez. Es lo primero que enseñan en la escuela de estúpidos: hay que permanecer ignorante de la propia estupidez. Es más, el verdadero estúpido debe disfrutar de la estupidez con naturalidad y dejar que sean los demás quienes sufran las consecuencias.

Es todo un arte. Un arte difícil. Complejo. Muchos son los llamados y pocos los elegidos. Bueno, no, en este caso, muchos también son elegidos.  

Existen muchos tipos de estúpidos diferentes: necios, simples, brutos, simplotes, badulaques, papanatas, peleles, zotes, bodoques, pazguatos, zopencos, estólidos, majaderos… los hay urbanitas, neorrurales, profetas del “do it yourself” –estos además de estúpidos también son  bilingües y se empeñan en que el mundo lo sepa metiendo anglicismos cada vez que tienen ocasión–.

Que caen chuzos de punta, el estúpido bilingüe dirá:

– Oh my God. It’s raining cats and dogs.

Gatos? Perros? Sólo a un inglés se le ocurre decir que llueven perros y gatos. Y sólo a un estúpido repetirlo.

A lo que otro estúpido siempre responderá, aunque no venga a cuenta:

– Is water under the bridge. (Es agua pasada).

La estupidez es un universo complejo y plural. Un universo en el que hay estúpidos para todos los gustos, formas y condición. Incluso hay estúpidos para cada día y hasta para cada hora.

Una fuerza invisible de la naturaleza se encarga de organizarlos para que cada jornada tenga su estúpido de referencia.

Por supuesto, la estupidez es muy democrática. ¡Qué digo democrática! Es igualitaria, comunista incluso. Pues se distribuye  con generosidad por todas las clases sociales. Por ejemplo, se puede ser estúpido y rey. Si, si. Existe una larga historia de estupidez monárquica. De hecho, la estupidez aristocrática es muy frecuente.

Felipe III, sin ir más lejos, sufrió quemaduras terribles frente a su propia chimenea, porque los cortesanos no lograron hallar a tiempo al grande de España a quien correspondía mover el sillón del rey.

Se dice también que la reina de España debía estar en el lecho a las nueve de la noche. Por si se le pasaba la hora, sus damas de compañía tenían orden de arrojarse sobre ella, desnudarla y arrastrarla a la cama.

Y es que con la etiqueta de la corte de española poca broma. Que se lo digan a la prometida de Felipe IV, María Ana de Austria, a quien cuando venía al país para contraer nupcias, un alcalde de una de las ciudades donde fue a parar, le quiso regalar unas medias de seda, obra maestra de la artesanía local. Sin embargo, el mayordomo apartó la caja con las medias y declaró solemnemente: “Ya es tiempo de que sepáis, señor alcalde, que la reina de España no tiene piernas”. De acuerdo con la leyenda, la prometida del rey se desmayó, horrorizada, porque creyó que tan pronto llegara a Madrid le amputarían las piernas para satisfacer las exigencias de la etiqueta.

En Francia, cuando un rey moría, se embalsamaba el cadáver y se lo enterraba después de cuarenta días. Entretanto, el ataúd descansaba en un féretro ricamente decorado, cubierto de brocado de oro ribeteado de armiño y se ordenaba hacer una efigie de cera del difunto, con una corona en la cabeza y un cetro en la mano.

Se podría decir que semejante muñeco de cera era para que el pueblo pudiera despedir a su monarca. Pero no. La estupidez no funciona así. El muñeco era para que se le pudiera rendir honores durante los cuarenta días tal cual se hacía cuando aún estaba vivo.

Se le levantaba, se le acostaba, incluso se le sentaba a la mesa y daba de comer. Hasta se le limpiaba la comisura de los labios con servilletas perfumadas. La corte entera pasaba frente el monarca del cera, que contemplaba impávido, las reverencias y genuflexiones de los lacayos y los llantos de los nobles cortesanos.

Francisco I, rey de Francia, por ejemplo, creó el cargo de portador de la silla (porte-chaise d’affaires), cuya obligación era colaborar con el monarca en la reales evacuaciones anales. Porque hasta con la realeza pasa que todo lo que entra acaba de por salir.

Los dignatarios honrados con ese título desempeñaban sus funciones ataviados con uniformes especialmente diseñados, cubiertos de medallas y portando espada. Las tareas relacionadas con la chaise eran de las más codiciadas en la corte, pues si los resultados eran satisfactorios, Su Majestad dispensaba sus favores con generosidad. Sin embargo, Luis XIV, hombre de gran delicadeza y tacto, decidió que acto tan íntimo no debía ser ejecutado ante los ojos de una multitud muy numerosa. Cuando usaba el poco atractivo trono, durante media hora, poco más o menos, sólo permitía la presencia de los príncipes y princesas de la sangre, de Madame de Maintenon, de sus ministros, y de los principales dignatarios de la corte… vamos,  apenas unas cincuenta personas.

Y es que las cagadas reales siempre fueron una cuestión de Estado. ¡Que se lo pregunten a Fernando IV, rey de Nápoles! Cada vez que iba al teatro, un destacamento especial de guardias reales, dirigido por un coronel, lo acompañaba llevando el importante trono privado. El destacamento entero de guardias, con su  uniforme de gala, marchaba con antorchas del palacio al teatro, con el cagadero real en medio. Por donde pasaba el desfile, los soldados estaban obligados a saludar y los oficiales se debían cuadrar en posición de firmes y desenvainar la espada.

Quien sabe, quizás ésta sea la verdadera razón  de por qué se dice “mucha mierda” en el teatro.

 

Fuentes de las fotografías:
1.- www.caracteristicas.co

2.- www.biografiasyvidas.com

3.- www.bbc.com

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