Los lamentos de la Isla de Ons.

El relativo aislamiento de la isla ha generado una cultura popular única, en la que encontramos gran parte de las tradiciones más genuinamente gallegas, pero entremezclada con fuentes originales de los propios isleños.

 

Escucha nuestro podcast en “Días de Radio” (Candil Radio) – 22/10/2020:

 

La Isla de Ons, en la ría de Pontevedra acusa cierta diferencia climática respecto al resto de las islas de las Rías Bajas, al ser más soleado, más seco y más ventoso aún que el del resto de sus hermanas isleñas. Y esa peculiar diferencia climática parece corresponderse también con las tradiciones y el folklore. Pues si son eminentemente celtas y gallegos, presentan unas peculiaridades que las hacen únicas.

La Santa Compaña, procesión de almas muy presente en el folklore europeo[1], pero arraigada en Galicia como en ninguna otra parte, en la isla de Ons posee un recorrido fijo: desde Punta Centollo hasta el cementerio viejo, de doscientos años de antigüedad, parando en Sangenjo, donde deja aviso. Y es este itinerario característico el que diferencia el relato de la Santa Compaña de otros relatos similares de Galicia, que tienen lugar en encrucijadas de caminos y donde la Santa Compaña aparece de forma arbitraria, sin un trazado en su procesión que permita prever con quién se cruzará en el camino.

En Ons, además, existe un ritual antiguo de mal de ojo. Consiste en meter un trozo de la ropa de quien se quiere dañar en la boca de un sapo y conjurarlo. Este conjuro se hace en la playa, dónde habrá que hacer 18 bolas con las algas frescas recién llegadas del mar. Nueve de ellas se pondrán a la derecha y otras nueve a la izquierda. Hecho esto, habrá que arrojar las nueve bolas de algas de la derecha al mar mientras se recita “Ondas do mar sagrado Tirame o aire do morto, de vivo ou escomulgado”. Una vez hecho esto, se dejan las otras nueve bolas de algas secar, para acabar arrojándolas también al mar.

Muy conocida también es la leyenda de los lamentos de la isla de Ons, que da nombre a esta entrada, o más concretamente los lamentos del Buraco del Infierno[2], donde se escucharían los desgarradores lamentos y llantos de las almas en pena que no han podido alcanzar el paraíso. Se trata de una cima pequeña, pero que oculta un barranco por el que se cuela el mar y el viento. Es este sonido, junto con los de las abundantes aves marítimas, sobre todo el arao común, los que generan los conocidos como lamentos de la Isla de Ons, que si bien es natural, no deja de ser siniestro para quien lo escucha en las noches de tormenta.

Pero no debemos sentir miedo, porque como cuenta la tradición de la isla, un toro con cornamenta de oro defiende la puerta y protege a los vivos del mundo de los muertos. Y es que no todas las tradiciones de la bellísima isla de Ons están relacionadas con el más allá o con el mal.  Al contrario, si por algo es conocida desde tiempo inmemorial la gente de Ons es por su extraordinario conocimiento del uso de las plantas medicinales.

Para quien conozca la costa gallega le resultará fácil imaginar lo que suponía para aquellas gentes escuchar el bramido del mar en las noches de tormenta, cuando todo es oscuridad y el rugir del viento y las olas son capaces de helar la sangre de los más valientes. Porque pocas cosas existen tan sobrecogedoras como el sonido del mar. Cuando está de buenas, parece adormecerte, acompañar tus sueños, pero cuando se enoja Neptuno, su fuerza se torna en pesadilla.

Muchos creerán que exageramos, pero quienes hemos estado en estas costas y escuchado el rugido del mar en las noches de vientos, sabemos que es imposible no sentir un escalofrío en nuestra espalda, recuerdo de aquellos miedos ancestrales que atormentaron a nuestro antepasados.

Estos “lamentos de la isla de Ons” son razón suficiente para acudir a esta preciosa isla y experimentar esa soledad de hombre frente a la naturaleza que experimentaron nuestros antepasados. Pero además, se trata de un paisaje natural idílico, de bellísimas playas y con una gran riqueza ornitológica, donde destacan las gaviotas, los cormoranes, los vencejos y los mencionados araos. Destaca, también, la posibilidad de avistar desde la isla al rorcual común o ballena de aleta, cachalotes, delfines e incluso alguna que otra nutria en la playa.

Un lugar idílico en el que el tiempo parece haberse detenido. De hecho, es la falta de infraestructuras (la electricidad se tiene gracias a un generador antiguo), lo que ha reducido al mínimo la población de la isla. Aunque, por otro lado, es parte de su encanto[3].

Otra de las cuestiones que hacen de este lugar una visita obligada es su historia. Se han encontrado restos de utensilios del paleolítico, así como existen dos castros celtas, que fueron romanizados hacia el siglo I, aunque apenas hay vestigios de la época[4], pero tenemos referencias de la isla en Plinio el Viejo. Además se han hallado petroglifos celtas muy interesantes que harán las delicias de los aficionados al tema. Son inscripciones en piedra anteriores al siglo II de nuestro era y que presentan formas diversas, en su mayoría de cazoletas y círculos concéntricos.

 

La historia de la Isla.

A parte de la mencionada referencia en la obra de Plinio el Viejo, no tenemos ninguna constancia histórica de los asentamientos en la isla hasta el año 899, cuando Alfonso III confirma unas donaciones en favor del prelado Sisnando I de Iria. La falta de referencias o restos visigodos o suevos en la isla hacen pensar que esta quedó deshabitada durante ese periodo, en el que acaso pudo ser objeto de continuos ataques que provocaron la huida de la población, como pasaría, de nuevo, en el siglo XVIII. Y es que la isla pasó a ser parte de las propiedades del arzobispado de Santiago, quedando en manos de la Iglesia hasta el siglo XVI, cuando es cedida a la familia de los Montenegro, probablemente, por la imposibilidad de garantizar la defensa de una plaza estratégicamente situada en la boca de las Rías Bajas.

Sin embargo, la isla continuó siendo objeto de continuos ataques. Si en tras la caída del imperio romano se cree que fueron suevos y visigodos quienes la saquearon, y durante la Edad Media fueron continuos los asaltos por parte de vikingos y árabes, ahora era el inglés quien no daba tregua a la isla.

La piratería inglesa atacó en numerosas ocasiones la isla. El propio Francis Drake intentó hacerse con la plaza. No lo consiguieron nunca, pero los continuos ataques y saqueos, donde además de los ingleses también participaron piratas turcos y berberiscos, terminó por hacer que los pocos habitantes de la isla se marcharán, quedando despoblada en el siglo XVIII.

Es ya entrado el siglo XIX, en 1810, cuando la Junta Provincial de Armamento y Defensa decidió fortificar la isla, construyendo dos fortificaciones costeras: la fortaleza de Pereiró y Castelo de Roda. De ellas quedan apenas unas pocas rocas, dado que las piedras fueron reutilizadas en construcciones posteriores en la isla, pero en su momento, se convirtieron en dos formidables defensas de la isla y en conjunto de las rías, que permitió el regreso de la población y que la isla viviera una de sus épocas de mayor esplendor, cuando a partir de 1835 se crea una fábrica de salazón.

En 1929, Manuel Riobó compró la isla e instaló una sociedad mercantil dedicada al secado y comercialización de pulpo y congrio, que motivó que los isleños se especializasen en estas especies. Su heredero Didio Riobó, de fuerte vocación democrática, liberal y republicana, como su padre,  acabó suicidándose durante la Guerra Civil española para evitar ser capturado. Así, en 1940, el Estado expropió la isla con la idea de construir una base de submarinos. Sin embargo, aquel proyecto nunca llegó siquiera a iniciarse y la isla fue pasando por distintas administraciones del Estado, sin que se realizara nunca ninguna inversión ni se desarrollara ninguna infraestructura (ni siquiera la electricidad, mucho menos hablar de centros de salud o colegios). En menos de 20 años, la isla, que había llegado a contar con más de 500 pobladores, quedó, de nuevo, vacía. Sólo a partir del auge del turismo se ha podido lograr la recolonización de la isla, pero nunca con más de 20 habitantes. La falta de infraestructuras y servicios sigue siendo el principal freno para su repoblación. Si bien, la cara positiva es la conservación de la biodiversidad de la isla, que es parte del Parque Nacional de las Islas Atlánticas de Galicia .

En la actualidad, la administración de la isla corresponde a la Xunta de Galicia y es necesaria una autorización para poder acceder a ella, como ocurre con las Islas Cíes.

 

Notas al pie:

[1] En efecto, este tipo de procesiones de muertos o ánimas se dan en todo el folklore europeo, que muchos atribuyen a la evolución del mito de la Cacería Salvaje de Odín/Wotan. En Irlanda, por ejemplo, encontramos la figura de las banshees, espíritus femeninos que solos o en cofradía se aparecen para alertar con sus llantos a alguien de la próxima muerte de un pariente cercano. En otros puntos de España también encontramos este tipo de procesiones anunciadoras de muerte, como en Asturias, donde se la denomina la Güestia, aunque también se hace referencia ella como la bona xente o “buena gente” en denominación apotropaica o elusiva de mal –como ocurre en Galicia al hablar de “Santa”–. En León se la conoce como Hueste de Ánimas, existiendo también la versión de una mujer sola que vaga por los caminos conocida como La Estadea –sobre todo, esta figura pertenece al folklore de Zamora–. En Extremadura se la llama el Cortejo de la Gente la Muerte –sobre todo en las Hurdes, que es donde mejor se ha conservado esta tradición–. En Castilla se la nombra como “Hueste Antigua” o la contracción “Estantigua”, citada ya por González de Berceo y de la que hay también referencias en el Quijote. En Murcia también encontramos una tradición parecida, la cual habla de procesiones de ánimas, pero sobre todo de la Ánima Sola, que avisaba de la muerte mediante golpes y llamadas en la puerta de algún vecino.

[2] Buraco significa agujero, pero en este contexto sería mejor traducir como barranco o cortado. Se trata de una pequeña cima en la encontramos una oquedad, a modo de barranco, por el que se cuela el aire y el mar.

[3] No obstante existe una infraestructura turística mínima que permite al visitante disfrutar de la gastronomía tradicional, en especial el pulpo, y unas vistas espectaculares de la ría de Pontevedra.

[4] La falta de intervenciones arqueológicas en la zona es la responsable de esta falta de vestigios. El Castro dos Mouros, por ejemplo, está sin excavar, aunque conserva su estructura defensiva circular. El Castro A Cova da Loba es más pequeño y se cree que fue el primero en romanizarse.

 

Para Saber más:

Ballesteros-Arias, Paula y Sanchez-Carretero, Cristina Ons: una isla habitada, CISC. 2014. Libro electrónico que se puede descargar en digital.csic.es

 

En internet:

https://www.isladeons.net/es/

https://www.parquenacionalillasatlanticas.com

https://www.mardeons.es/isla-de-ons/historia/

 

Fuentes de las fotografías:

www.sientegalicia.com

www.okdiario.com

www.islasciesgalicia.com

www.todobiografias.net

www.mihistoriauniversal.com

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