Los medios de comunicación lo apodaron el “niño-salvaje”, pero al conocer su historia no podemos evitar preguntarnos ¿quién es el verdadero salvaje en esta historia?
Escucha nuestro Podcast en «Días de Radio» (Candil Radio) – 03/09/2020:

Son muchas las leyendas de niños que han sobrevivido en el bosque gracias a la ayuda de los animales, en especial de los lobos. La más conocida de todas estas historias es, sin duda, el mito de Rómulo y Remo, los legendarios fundadores de Roma, quienes fueron amantados por una loba[1]. Estas historias, por supuesto, han sido puestas en duda por la ciencia y la historiografía moderna. Sin embargo, los hechos incuestionables, invitan a pensar que tras aquellas leyendas se encierra alguna verdad desconocida aún por los hombres.
Nuestra sociedad nos educa para “civilizarnos”, y ese proceso de civilización, a menudo, lleva aparejado romper con una parte de nosotros mismos, con nuestro yo más íntimo y animal, desconectando también de la naturaleza, sumiéndonos en una suerte de enajenación lingüística. Sin duda, el controlar nuestros instintos animales y el desarrollo del lenguaje es imprescindible para desenvolvernos en la sociedad y para lograr los avances científicos y tecnológicos que hemos logrado generación tras generación. Somos quienes somos gracias, sobre todo, al lenguaje. Sin embargo, no podemos por menos que preguntarnos si hubiese existido otro camino, un camino que integrara la socialización del hombre y la conservación de su vínculo con la Naturaleza y el conjunto del Universo.
Quizás, el interés que despiertan historias de aquellos que convivieron con los lobos, tengan mucho que ver con el anhelo de recuperar aquello que perdimos, aquello que la civilización nos arrebató. Ese vínculo mágico con todos los seres vivos y con los ciclos de la naturaleza. Esta búsqueda no es sino retornar a nuestros orígenes, cuidar de nuestras raíces, porque si el hombre moderno, con toda su tecnología y su poder, comete la locura de escindirse completamente de sus raíces, tronco y ramas caerán definitiva e inevitablemente. Como decía Felix Rodriguez de la Fuente, del que tenemos la suerte de ser, como tantos y tantos otros niños de nuestra generación, sus hijos espirituales, “El hombre es un poema tejido con la niebla del amanecer, con el color de las flores, con el canto de los pájaros, con el aullido del lobo o el rugido del león. El hombre se acabará cuando se acabe el equilibrio vital del planeta que lo soporta. El hombre debe amar y respetar la Tierra como ama y respeta a su propia madre”.
Y es que pocas cosas conmueven más al hombre que la mirada de un lobo o el vuelo del águila. Y es que, en el fondo de nuestra alma, sabemos que aquel que dijo que “el hombre es un lobo para el hombre”[2], no conocía al lobo. Recurriendo de nuevo al gran maestro Felix Rodriguez de la Fuente:
“El lobo es la antítesis de la crueldad o la maldad gratuita. El lobo representa la más alta expresión entre los seres vivos del cooperativismo comunitario, la fidelidad monolítica, la ternura, la protección de los cachorros y la defensa de los débiles”.
Estas son algunas de las razones por las que hemos decidido llamar a este proyecto “la estirpe del lobo”, porque no queremos acabar confinados en cómodas cárceles tecnológicas, hechas de hormigón, asfalto y hierro, incapaces de respirar el aire libre, andar descalzos por la playa, escuchar el aullido lejano del lobo en las noches de invierno, y sobre todo, porque queremos seguir maravillándonos con un mundo por descubrir. Un mundo plagado de misterios y de belleza que sólo se puede descubrir si abrimos nuestra mente y despertamos, de nuevo, nuestra naturaleza más indómita, aquella que compartimos con el lobo, con el águila o con el oso.
La historia de Marcos Rodriguez Pantoja.
Nacido el 7 de junio de 1946, en el pueblo cordobés de Añora, tuvo una infancia difícil, marcada por la muerte de su madre y los terribles maltratos a los que lo sometió su madrastra y su propio padre, quien llegó a venderlo a un pastor de Sierra Morena, cuando Marcos apenas contaba con siete años de edad. Es aquí dónde empieza su extraordinaria historia.
El pastor murió al poco de hacerse cargo del pequeño, que quedó sólo y abandonado en el mundo, malviviendo en una cueva. Posiblemente hubiese muerto de hambre y de frio, pero algo pasó. Algo que cambiaría el curso de los acontecimientos y daría una lección de ternura y respeto por la vida a toda la humanidad. Según contó el propio Marcos Rodriguez en una entrevista en el Confidencial: “Un día oí ruido detrás de unas rocas. Me acerqué y había unos lobeznos. Les fui a dar comida, como me enseñó Damián [el pastor] y me revolqué con ellos… Vino la loba y lanzó un mordisco… Me fui… Un día estaba en la cueva y entró la loba. Yo me fui al fondo… Creía que me iba a comer… ¡Como antes me había atacado! Pero me dejó un trozo de carne… Me lo iba acercando… Y al final se acercó y la abracé… Y fueron confiando en mí. Yo les daba comida y jugaba con los lobeznos y poco a poco, así, fue como me fui convirtiendo en el jefe de la manada”.
A partir de ese momento, Marcos vivió como un lobo durante diez años, hasta que un día lo encontró la Guardia Civil, que literalmente, tuvo que cazarlo tras recibir noticias de su existencia por parte de un Guarda de una finca. Caminaba a cuatro patas, desconocía cualquier tipo de convención social y apenas hablaba. Con tiempo y la ayuda de unas monjas reaprendió a hablar, a vestirse, a andar erguido y a comer con cubiertos.
Tras el servicio militar, vivió un tiempo en Mallorca, donde residió en un hostal que pagaba con su propio trabajo. Sufrió muchos timos y engaños, trabajando en la hostería o como pastor llegó a Fuengirola, donde terminó malviviendo en una cueva. La sociedad, esa sociedad tan “civilizada”, se había olvidado de él, le había dado la espalda y los hombres, su “manada natural”, lo habían engañado, estafado y aprovechado de él. Pero como no todos los hombres son igual de “civilizados”, un policía retirado, Manuel Barandela Losada, lo acogió y se lo llevó con él a su casa, en Galicia, al pueblo de Rante, en el interior de Orense. Marcos solía referirse a don Manuel Barandela como “el jefe”, acabando por considerarlo su única y verdadera familia humana. Por desgracia, Manuel Barandela murió y Marcos Rodriguez volvió a quedarse sólo en el mundo, malviviendo con una mísera pensión no contributiva.
Gracias a una familia holandesa, que le prestó una casa donde vivir, subsiste en una aldea de Galicia (que aunque conocemos su ubicación, vamos a evitar mencionar para que nadie tenga la tentación de ir a tocarle las narices), donde se integró totalmente en la pequeña comunidad de aldeanos, quienes además le ayudan económicamente con el apoyo de la asociación Amigos das Árbores da Limia. A quienes desde aquí queremos agradecer su trabajo y solidaridad.
Marcos Rodriguez tiene en la actualidad 74 años y lleva tiempo dando conferencias, invitado por ayuntamientos y asociaciones, sobre su experiencia e intentando concienciar acerca de la necesidad de proteger la naturaleza en general y al lobo en particular. En una de esas charlas que impartió, tuve la suerte de conocerlo personalmente y aunque no intercambiamos muchas palabras, tampoco fue necesario. Su aspecto era el de un hombre, su voz era la de un hombre, su charla, tan interesante como emotiva, era la charla de un hombre. Pero su mirada, era la mirada de un lobo. Una mirada que me hizo comprender aquello que Marcos nunca ha dejado de repetir durante toda su vida “A mí me han engañado mucho desde que salí del monte. Los lobos son más nobles que las personas”.
La historia de Marcos Rodriguez ha sido objeto de numerosos estudios, ha inspirado novelas e incluso una película. No vamos a mencionar ninguno de ellos ni hacer publicidad porque, sencillamente, no sabemos si Marcos Rodriguez ganó algo con ello o si, como le ha ocurrido en tantos otros momentos de su vida, sólo se aprovecharon de él y de su historia para hacer negocio. Sólo mencionaremos la película “Entrelobos”, del cordobés Gerardo Olivares, porque, como dijo el propio Marcos Rodriguez, aquella película “me has devuelto la dignidad”, y que en nuestra humilde opinión, trata el tema desde una perspectiva respetuosa con el protagonista real de esta maravillosa historia.
Por nuestra parte, sólo hemos querido recordar su historia, como homenaje a su figura y sobre todo como homenaje al lobo, el animal que hemos escogido como tótem de este proyecto. Y es que, algo nos dice, que no nos han contado bien el cuento del lobo.
La estirpe del lobo.
[1] El mito habla de una loba llamada Luperca y pájaro carpintero. Ambos animales están consagrados al Dios de la Guerra, Marte. Son muchos quienes creen que esta historia es sólo un mito para ensalzar el carácter indómito de los primeros romanos y su vocación militar. Sin embargo, la inmensa mayoría de los historiadores clásicos, desde los griegos Mestrio Plutarco, Dionisio de Halicarnaso y Estrabón a los romanos Tito Livio, Flavio Eutropio, Lucio Aneo Floro, Marco Terencio Varrón y Ambrosio Teodosio Macrobio, dieron por cierta la leyenda. Y es que, aunque la historia pudo magnificarse en algún momento, son muchos los casos que salpican la historia de hombres que fueron auxiliados por animales, en especial, durante su más tierna infancia. Lo que lleva a pensar que algo de verdad se oculta tras estos mitos y leyendas imperecederas.
[2] Popularmente se atribuye esta locución a Maquiavelo, el autor del príncipe. Sin embargo, no es suya, tiene su origen en el comediógrafo romano Plauto en su obra Asinaria, donde, además, lo dijo con un sentido diferente el que se la da actualmente Lupus est homo homino, non homo, quom qualis sit non novit, lobo es el hombre para el hombre, y no hombre, cuando desconoce quién es el otro. La expresión se popularizaría a partir de la obra de Hobbes, De Cive, donde se intentaba justificar la tiranía de los absolutismos.