Escucha nuestro podcast en «Días de Radio» (Candil Radio) – (15/12/2021)
Ya huele a Navidad, las calles están adornadas, en muchas casas luce el árbol, el belén y otras decoraciones típicas de estas entrañables flechas, y quien más y quien menos, todos hemos probado algún dulce navideño. En la Estirpe del Lobo no queremos dejar pasar la oportunidad para disfrutar con nuestros amigos y oyentes de esta época tan alegre y familiar del año.
Es cierto que algunos dirán que existen más razones históricas para celebrar a Isaac Newton que a Jesús de Nazaret. No les falta razón, pero como dijo Friedrich Hegel, “la historia universal es el progreso de la conciencia de la libertad”. Por eso, porque en última instancia la historia lo que nos enseña es el difícil progreso del hombre hacia la libertad y cotas mayores de justicia y bienestar, es la sociedad la que tiene el derecho a decidir qué celebrar, cómo y cuando. Además, los partidarios del Newton-Day no las tienen todas consigo. Aunque se suele afirmar que Newton nació en las primeras horas del 25 de diciembre de 1642, esto es sólo una verdad a medias. En realidad, esta fecha corresponde al calendario Juliano. Según el calendario gregoriano, vigente desde 1582, nació el 4 de enero de 1643. Si bien es cierto que los anglosajones no adoptaron el calendario hasta 1752, lo cierto es que ambas fechas se consideran correctas y son referidas en todas las biografías del físico. Y es que, si lo que se quiere es poner un “pero” o buscar un modo de cuestionar o deslegitimar algo, siempre se puede generar polémica.
Por cierto: Newton nació anglicano, pero murió arriano. No es cierto que el descubridor de la Ley de la Gravedad Universal fuera ateo. Siempre fue creyente y cristiano, si bien, sus posiciones fueron evolucionando hacia una visión más universal y natural del cristianismo, desacralizada y carentes de dogmas, que entendía –como ocurre con la actual Iglesia Cristiana Unitaria, no existente en su época– la Biblia como un libro que podía y debía interpretarse a la luz de la razón. Y a Jesús como un hombre, un profeta, pero no la encarnación de un Dios.
Teologías aparte, somos muy conscientes que el origen de la Navidad es pagano. Su celebración está relacionada con la búsqueda de cristianizar las tradiciones romanas, en especial la celebración del Sol Invictus y las Saturnales. No es de extrañar esta cuestión, pues como ya tratamos en alguna ocasión en este mismo espacio, el Solsticio de Invierno representa el renacer del Sol y con él, el de la luz, de la vida y la naturaleza. A partir de ese día, las jornadas serán cada vez más largas. Un motivo de celebración para todas las culturas antiguas, pues suponía la promesa de una nueva primavera. La rueda del año volvía a girar.
Así encontramos Yule y otras muchas fiestas, que con diferente nombre y costumbres locales, acababan celebrando lo mismo: el renacimiento del Sol. Muchas de estas tradiciones acabaron confluyendo en la actual Navidad, como por ejemplo, el árbol de Navidad, que en realidad deberíamos llamar árbol de Yule.
Hoy nos queremos fijar en una de esas tradiciones, y centrarnos en el origen de los villancicos. ¿Cuándo nacieron? ¿Son cristianos? ¿Tienen algún antecedente pagano? Hablemos un poco de la cuestión.
Desde un punto de vista formal, los villancicos, tal y como los conocemos hoy, tienen su origen en la España de los siglos XV y XVI. Son, por tanto, producto del Renacimiento en España. Con esto no queremos decir que no existiesen antecedentes previos. Por supuesto que existieron muchos y muy notables antecedentes. Existen notables referencias del siglo IV y el siglo V de los conocidos como “villanus” o cantares de villas. Unas composiciones en las que los evangelistas aprovechaban melodías conocidas por el pueblo para narrar escenas bíblicas mediante canciones. De estos primeros villancicos podemos destacar «Iesus Refulsit Omnium», (Jesús, luz de todas las naciones), que tiene una letra atribuida a san Hilario de Poitiers; y «Veni, Redemptor Gentium» (Ven, redentor de la tierra), escrito por san Ambrosio, obispo de Milán.
Durante el renacimiento, estas obras eran tanto profanas como religiosas. Se trataba de coplas que ayudaban a forjar la memoria colectiva. Hablaban, como nos recuerda Silvia Iriso en “El Gran Libro de los Villancicos”, de la nostalgia a la patria, de la conquista de Granada y también, por supuesto, de cuestiones románticas. De hecho, durante el siglo XVI los temas amorosos siguieron siendo los más prolíficos entre aquellos “cantos de villa”.
Esto es importante que lo recordemos porque los villancicos en esa época constituían uno de los tres principales géneros de la lírica popular española, junto con las cantigas y las jarchas mozárabes. Muchos de estos villancicos renacentistas fueron compilados en manuscritos y volúmenes antológicos conocidos como Cancioneros, entre los que destacan el Cancionero General, el de Palacio, el de Linares, el de Medinaceli, el de la Colombina o el de Upsala.
Destacan autores como el músico y poeta Juan del Encina, el compositor Mateo Flecha o el compositor y organista Gaspar Fernandes, entre otros muchos. Pero sobre todo, destaca el Marqués de Santillana, considerado por muchos como el primer poeta del siglo XV y creador de los villancicos, por su composición de varios cantos con los que celebrar con sus hijos la Navidad.
La realidad, sin embargo, es que el origen estaba, como hemos indicado, en antiguas coplas populares, que durante el Renacimiento en España empiezan a cobrar un significado religioso al entender la Iglesia que era un modo perfecto de extender su mensaje entre un pueblo analfabeto en su mayor parte. Así, poco a poco –como al parecer pudo ocurrir en los siglos IV y V–, los cantos que en su origen fueron profanos, se fueron centrando en temas religiosos y en especial en los Misterios de la Navidad.
Algunos estudiosos y entendidos de a cuestión, ven en los franciscanos los grandes artífices de este cambio en la temática de aquellas coplas líricas españolas, que rápidamente se popularizaron en todo el mundo cristiano.
Hay que comentar, también, que en inglés se conocen como <<carol>> del francés carole, una danza circular que se remonta al siglo XII, pero que probablemente tuviera origen mucho más antiguo y fuera de naturaleza pagana y precristiana.
Otras teorías, como la defendida por Samuel Miklos Stern, defienden que las primeras manifestaciones de villancicos aparecen en las cancioncillas mozárabes del siglo XI.
En cualquier caso, no será hasta el siglo XIX que comenzaron a designar excesivamente el tipo de canto navideño que denominan en la actualidad.
Algunos de los más populares villancicos parecen ser de origen andaluz, como “campana sobre campana”, “los peces en el río” o “la marimorena”, de autores desconocidos, pero que en sus letras se puede percibir cierta influencia árabe. Posiblemente fueron escritos hacia el siglo XVIII o comienzos del XIX. Por su parte, el villancico “Blanca Navidad” es una composición del silgo XX, concretamente de 1940, del compositor Irving Berlín. «Mi burrito sabanero», también llamado como El Burrito de Belén, fue compuesto por el músico venezolano Hugo Blanco en 1975. «El tamborilero” se le atribuye a la pianista norteamericana Katherine Kennicott, al traducirlo al inglés de un supuesto original checo en 1941. Por su parte, el más famoso de todos “Noche de Paz” tiene su origen en una pequeña aldea de los Alpes Austríacos y en un párroco llamado Mohr.
A caballo entre la historia y la leyenda, se cree que Mohor era párroco de la iglesia de San Nicolás en Oberndorf, población cercana a Salzburgo. Un día, poco antes de Navidad, subió hasta unas montañas cercanas para meditar. Desde allí pudo contemplar su pueblo nevado y al hacerlo recordó un poema que había escrito unos años antes, el cual pensó que podía ser una bella canción que entonar junto a sus feligreses en la misa de Nochebuena. El único problema era que no tenía música para cantar ese poema. Por eso, al día siguiente, Mohr fue a ver al organista de la iglesia, Franz Xaver Gruber. En conjunto solo tuvieron unas horas para crear una melodía que se pudiera cantar con una guitarra, pero el resultado fue un éxito y lograron una melodía que podía cantarse con otros instrumentos.
La casualidad hizo que semanas más tarde llegara al pueblo el conocido constructor de órganos Karl Mauracher, para reparar y afinar el órgano de la iglesia de San Nicolás. Cuando acabó con las tareas de mantenimiento y se apartó para dejar que Gruber probara el órgano, éste tocó una sencilla melodía: la que había tocado aquella Navidad en la misa.
Mauracher quedó impresionado y se llevó las partituras y letra a su aldea natal, Kapfing, donde vivían también dos familias de cantantes muy populares en la época: los Rainers y los Strassers, que la incluyeron en su repertorio y comenzaron a popularizarla por toda Europa.
En 1834, interpretaron «Noche de Paz» para Federico Guillermo IV de Prusia, a quien gustó tanto que ordenó a su coro de la catedral que la cantara cada Nochebuena. Veinte años después, la canción llegó a Estados Unidos y la cantaron, en alemán, en el Monumento a Alexander Hamilton, ubicado a las afueras de Nueva York. Finalmente fue traducida al inglés en 1863 con el título «Silent Night», convirtiéndose, desde ese momento, en el villancico más universal de todos los tiempos, con versiones en más de 300 idiomas de todo el mundo.
Para saber más:
1.- www.historia.nationalgeographic.com.es
Fuentes de las fotografías:
4.- www.elmundo.es