El 15M de quienes no participamos en el 15M.

(Reflexión políticamente incorrecta que no va a gustar a nadie)

El 15M me pilló entrado en la treintena y con el sabor amargo de quienes perdimos todas las batallas: la de Maastricht, la de las manos blancas, la del NO A LA GUERRA, etc. Todas. Quizás por eso no debe extrañar que ya entonces mirara con escepticismo las famosas Primaveras Árabes (2010-2012) y la revuelta de los “indignados” o “spanish revolution”, que se me antojaba como una especie de versión pija y egoísta de la que estaba montándose en la otra orilla del Mediterráneo, tras la autoinmolación de  Mohamed Bouazizi –hecho catalizador de las manifestaciones de la “revolución de los jazmines”– en Túnez. Aquella oleada de protestas laicas y prodemocráticas me generaba tanta ilusión como inquietud. Estaba con los manifestantes. Quería que triunfasen aquellas reivindicaciones –que creía y creo del todo justas y necesarias–, pero me preocupaba que la desestabilización de los regímenes árabes acabara en una larga y cruel sangría de vidas, como la que mi generación contempló –y sufrió– con la desmembración de la antigua Yugoeslavia, y como desgraciadamente acabó ocurriendo en Siria, Libia o Yemen, por citar algunos ejemplos. Así que al estallar el 15M, lo primero que me llamó la atención era la desconexión de los “indignados” con los problemas globales y con sus hermanos árabes, jóvenes que al igual que ellos reivindicaban un lugar digno y legítimo en el mundo. Hubiese sentido más interés por aquel movimiento de jóvenes privilegiados si en ellos hubiese detectado un mínimo interés por exigir a los gobiernos occidentales el fin de la hipócrita relación que tenían con los gobiernos y las sociedades árabes; algún resto de lo que para mi generación había significado el movimiento “0,7 y más”, por ejemplo. Pero no, la cosa no iba por esos derroteros. Iba por reivindicar un “yo me lo merezco”.

<<Somos la generación más preparada de la historia […], tengo una carrera universitaria, dos másteres, he estudiado fuera, y estoy estudiando el doctorado porque no encuentro trabajo>>. Escuché a una joven por la televisión. Comprendí su frustración, pero ésta, al contrario que lo ocurría en los países árabes, no estaba fundamentada en condiciones materiales o de opresión política, religiosa o moral. La frustración surgía de unas expectativas insatisfechas. Cosa radicalmente distinta. Había implícito en el mensaje una altanería y prepotencia insufrible. <<Tengo una licenciatura –decía otro– y trabajo en un bar de camarero>> ¿Hay expresión más clasista que esa? ¿Qué malo hay en ser camarero? ¡Ah! Que se estudiaba no para saber sino para ganar dinero, para estar por encima del <<camarero>>, para ascender en la escalera social. Lo dicho, el 15M me parecía el berrinche de unos niños mimados sin tolerancia alguna a la frustración y con un ego que no hay país que sea capaz de contentar. Aun así, lejos de contentarme con el mensaje que me llegaba a través los medios de comunicación, por si estaban banalizando la cuestión, quise experimentar y conocer por mí mismo qué era realmente el 15M y quienes lo componían.

Una tarde, al salir del trabajo, me acerqué a la “Acampada del 15M”. En mi ciudad, paradojas de la vida, se habían asentado frente a un McDonald´s. Fue en lo primero que reparé: muchos de los manifestantes estaban devorando “Mcmenús” como si no hubiera un mañana. Uno de los iconos del capitalismo había conquistado aquella plaza y los estómagos de los manifestantes. <<Mal empezamos>>, pensé. Pero me acerqué a la plaza. Un joven me dio un papel con publicidad de un partido político comunista, caracterizado por sus posiciones anti-sistema, cuyo mayor logro ha sido transformar la debilidad en virtud y negarse a participar en las elecciones <<porque son burguesas>>, cuando en realidad no se presentan porque no tienen afiliados suficientes ni para juntar una lista electoral. Recuerdo que aquel joven estaba repartiendo la publicidad justo en los límites del campamento, porque las reglas de los acampados prohibían hacer publicidad de ningún partido político dentro del área marcada por los organizadores. Pero si lo hacías a un metro de allí, entonces sí. Daba gusto ver cómo aquellos idealistas habían aprendido tan pronto a retorcer las normas para usarlas a su favor.

<<¿Por qué os llamáis indignados?>>, pregunté a aquel mismo joven. <<Porque el capitalismo nos roba. Los políticos son unos traidores a la clase obrera. Lo llaman democracia, pero no lo es>>. <<Ok. Lo entiendo, pero, ¿por qué indignados y no insumisos, por ejemplo?>>, insistí. <<Los políticos no nos representan>>, respondió, dándose la vuelta para alejarse y continuar repartiendo panfletos anticapitalistas.

Un viejo profesor de filosofía, único representante de la generación sénior allí presente, se acercó a mí <<Por el libro de Stéphane Hessel>>. <<Lo sé –respondí, sonriendo. Mi ciudad es pequeña, así que aquel profesor no me era extraño. Aunque no nos habían presentado nunca, habíamos coincidido alguna vez y hablado en alguna ocasión–. Lo que quería saber era si ellos lo sabían>>. El profesor me devolvió la sonrisa y me invitó a que me acercara a un círculo ciudadano, donde estaban discutiendo de  política.

Durante un rato escuché posiciones que recordaban las decepcionantes páginas del libro “Indignaos” de Hessel. Quien lo ha leído realmente sabe, que además de breve, no dice nada que no sepamos ya. Un elogio a la insurrección pacífica que igual sirve para la Francia actual como para la Roma de los césares o la Inglaterra victoriana. Lo único que me llamó la atención de la discusión de aquel “círculo ciudadano” era el relativismo exacerbado, las posiciones contra-ilustradas y el individualismo de los participantes. Un individualismo que se puso de manifiesto cuando me tocó el turno (la voz iba pasando como los porros, en círculo, siguiendo las dirección de las agujas del reloj) y me pidieron que propusiera algo, lo que fuera. <<Pero, ¿y si aquello que propongo va en contra de otras de las propuestas que habéis hecho?>> Durante un momento me observaron como si fuera un extraterrestre. Luego, uno de los moderadores asumió que la coherencia surge por generación espontánea y dijo: <<no importa: tu verdad, mi verdad, su verdad, construyen la verdad colectiva>>. Así, sin anestesia. A tomar por culo siglos de ilustración y humanismo. Luego añadió: <<La democracia es que todos hagamos lo que nos dé la gana sin perjudicar a otros y veamos cumplidas nuestras expectativas. Para eso estamos aquí, para hacerlo posible>>. Tentado estuve de decirle que no, que eso no es democracia, pero me callé –consciente que la batalla contra la posmodernidad estaba perdida– e hice mutis por el foro. El viejo profesor de filosofía, del que sabía que era un genuino marxista, se acercó de nuevo a mí y me confesó: <<el sistema necesita válvulas de escape y esta es una>>. Tenía razón.

Aquello fue una válvula de escape de un sistema que se rompía por las costuras, una detonación contralada, el grito rabioso de una generación mimada a la que le habían quitado el juguete. Con el tiempo, sin embargo, el 15M se ha mitificado, pese a voces autorizadas, que ya entonces señalaban que el 15M era expresión de una sociedad que no se atrevía a contradecir a una generación de jóvenes consentidos, y que el 15M se parecía al mayo del 68 francés lo que un huevo a una castaña. Se ha mitificado incluso cuando algunos de quienes supieron capitalizar electoralmente aquel movimiento han reconocido sus fallos. Iñigo Errejón hace pocos días en una entrevista en televisión reconoció que el <<15M está muerto>> y que probablemente pecaron de <<soberbia y adanismo>>.  

Es curioso lo pronto que el término <<adanismo>> se ha puesto de moda en los últimos meses. Se usa para condenar esa absurda tendencia a proponer cosas o iniciar proyectos sin tener en cuenta los progresos que se hayan hecho anteriormente, o lo que es peor, desprestigiándolos. Pero lo más curioso es que algunos hayan tardado diez años en comprenderlo. Diez años en comprender que nadie puede adueñarse del término <<gente>> o <<patria>>, porque gente y patria somos todos. Los que estuvieron en el 15M y los que no, que fuimos la mayoría. Y que no hay nada más antidemocrático que construir una “democracia” de unos contra los otros, de buenos y malos. Diez años en comprender que la política no es la dialéctica de la discusión sino la síntesis capaz de encontrarse en los cambios y las mejoras posibles, realistas.   

Si miramos en retrospectiva, siendo sinceros, nadie puede decir que ahora estemos mejor que hace 10 años. Surgieron nuevos partidos, nuevas propuestas, nuevas formas de hacer política. Pero como decía Ismael Serrano, <<las hostias siguen cayendo sobre quien habla de más>>. Hay más precariedad, más desigualdad, más injusticia y más crispación. Los partidos políticos se han vuelto cesaristas, ya no hay militantes, sólo creyentes. La democracia está hoy más en peligro que en aquél mayo del 2011. Los jóvenes de hoy tienen más razones para tomar las plazas que los que las tomaron hace 10 años. Porque, al final, <<todo dio igual>>. Salvo para esa minoría que ayer estaba en las plazas y hoy viven en Galapagar.

 

Más sobre el 15-M en La Estirpe del Lobo.

 

Fuentes de las fotografías:

1.- www.lavanguardia.com

2.- www.diario16.com

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