Cagliostro, la leyenda de un aventurero de lo oculto.

Escucha nuestro podcast en «Días de Radio» (Candil Radio) – 09/06/2022

Si hablamos de ocultismo, magia y esoterismo, antes o después nos aparece un nombre: Cagliostro, un personaje del siglo XVIII, tan odiado como admirado y siempre enigmático. En ésta recta final de la temporada, desde la Estirpe del Lobo queremos rendir homenaje a todos eso hombres que han forjado el destino de la humanidad, influyendo en los acontecimientos de la historia, desde lo que podríamos denominar la cara B de la Ilustración. Pues, en efecto, el esoterismo tal cómo lo entendemos hoy en día no es otra cosa que la sombra proyectada por el pensamiento científico y racional forjado en la Ilustración. Una corriente filosófica que ha tenido sus protagonistas y referentes intelectuales, como es el caso del misterioso mago que nos ocupa hoy, el mítico Conde de Cagliostro. Pero ¿quién era realmente éste personaje que revolucionó las cortes europeas del siglo XVIII con sus remedios curativos y profecías sobre una inminente revolución?

Conde Alessandro di Cagliostro (Palermo, Sicilia, 2 de junio de 1743 a 26 de agosto de 1795) cuyo verdadero nombre fue Giuseppe Balsamo, hijo de una pobre familia de Palermo, cuyo padre falleció muy joven, quedando la familia a cargo de un tío, Marco, que trabajaba en las oficinas de correo de la ciudad.

Su madre viuda quiso enmendar su destino enviándolo al seminario de Palermo y al convento de la Misericordia en Caltagirone, pero en ambos casos el joven Balsamo consiguió dejar huella de su precoz talento. Del seminario se fugó y del convento consiguió que lo expulsaran por licencioso, no sin antes sustraer al farmacéutico del cenobio los secretos mejor guardados de su libro de remedios y conseguir que un joyero le comprara el mapa de un suculento tesoro que nunca fue hallado. Siendo éste, el primero de muchos asuntos turbios que salpican la leyenda de éste hombre.

Tras este episodio, huyó de Palermo en 1764 y empezó una ajetreada vida como trotamundos. Él mismo contó años después que visitó Rodas, El Cairo y Alejandría y que en 1765 entró en la orden de los caballeros de San Juan en Malta. Allí fue considerado un gran médico gracias a los remedios que había logrado del farmacéutico del convento de Caltagirone.

A mediados de 1766, Balsamo decidió establecerse en Roma, donde no tardó en hacer alarde de su picardía. Poco después de casarse con la joven Lorenza Feliciani, que desde entonces adoptó el nombre de Serafina, Balsamo empezó a estafar a los muchos peregrinos que llegaban a la ciudad santa vendiéndoles amuletos y pociones amorosas supuestamente venidas del lejano y misterioso Egipto.

Fue aquel un periodo en el que todo apunta que Balsamo y su esposa Serafina se las ingeniaron para estafar y timar a todo el que se cruzaba en su camino, llegando a crear una auténtica red de timadores profesionales que actuaban bajo su supervisión. El propio Casanova, otro personaje más que curioso y reseñable de los pliegues de la historia, reconoció haber sido víctima de Cagliostro, antes incluso que adoptara éste nombre, cuando se traslada a Londres en 1776, después de haber estafado a gran parte de la aristocracia de Roma, Venecia, Nápoles y París.

Al poco de llegar a Londres, con el pseudónimo inventado de Cagliostro y asumiendo un título nobiliario, el de Conde, que jamás poseyó legítimamente –al menos, que se haya podido probar hasta la fecha – logró ingresar en una humilde logia masónica del Soho londinense, la de la Esperanza, fiel seguidora del Rito de la Estricta Observancia. Allí se presentó como emisario del Gran Copto, un “superior desconocido” que le habría encomendado instituir en Europa el culto de la masonería egipcia. C agliostro fascinó a todos con sus trucos de magia y sus ungüentos curativos, incluso llegó a elaborar un elixir de la eterna juventud que se convirtió en la delicia de todo aquel que se lo pudiera permitir.

A finales de 1777, Cagliostro decidió dar el salto al continente, donde el Rito de la Estricta Observancia estaba en plena expansión. En 1779, a su paso por el ducado de Curlandia -la actual Letonia-, embaucó de tal manera a los oficiales masones del lugar que barajaron la posibilidad de proponerlo como gobernador de la región ante Catalina de Rusia. Cagliostro rechazó hábilmente tal propuesta, pero no dudó en dirigirse a la corte, en San Petersburgo, para aprovechar la fama que lo precedía. Allí trató de cautivar a la mismísima zarina, pero cuando la sagaz Catalina notó que el misticismo egipcio de Cagliostro empezaba a hipnotizar al duque Pablo, su endeble primogénito y heredero, dio crédito al rumor que lo consideraba un espía del rey Federico de Prusia y decretó su inmediata expulsión.

Fue entonces cuando Cagliostro decidió instalarse en Estrasburgo, donde sanó y alimentó gratuitamente a muchos pobres, lo que limpió su reputación, pero también aceptó la visita de adinerados pacientes, como la mujer del banquero, cuya recuperación de unas fiebres desconocidas le reportó a Cagliostro un crédito bancario y una oportuna carta de agradecimiento en la prensa parisina. El caso llegó a oídos de la corte del cardenal Rohan, quien sufría asma y tenía fama de ser bastante avaro. Éste personaje llegó a participar, ataviado con capa y sombrero de brujo, en los experimentos de alquimia del mago egipcio para engrandecer diamantes.

Éste fue el principio del mayor escándalo en el que se vio envuelto Cagliostro: el escándalo del collar.

El 16 de agosto de 1784, unos joyeros destaparon que Rohan había utilizado el nombre de la reina María Antonieta para adquirir –sin pagarlo– un valiosísimo collar de diamantes. Rohan y Cagliostro fueron encerrados en la Bastilla y juzgados por el Parlamento de París. Durante el largo y mediático juicio se supo que Rohan había adquirido el collar pensando que lo hacía por amor y por orden de la reina: tenía en su poder un montón de cartas de María Antonieta, evidentemente falsas, y estaba convencido de que se había acostado con ella, cuando en realidad lo había hecho engañado con una mera prostituta. Nunca más se supo de los diamantes, pero Cagliostro y Rohan fueron absueltos por un Parlamento resuelto a desprestigiar a la Corona.

Tras ser liberado, en junio de 1786, Cagliostro partió hacia Inglaterra, donde fue recibido como un mártir de la tiranía. Hay que recordar la enemistad existente entre Francia e Inglaterra en aquella época. Cagliostro aprovechó el apoyo y popularidad que ganó en Londres para exigir una indemnización desorbitada a la monarquía francesa y publicar Carta en la que el Conde de Cagliostro describía el trato vejatorio que había sufrido en la Bastilla y profetizaba que volvería cuando ésta se hubiera convertido en un paseo público y exhortaba el Parlamento “a convocar los Estados generales y trabajar por la Revolución”.

Fue la época de las profecías revolucionarias, que personajes de la política del momento, como el príncipe de Gales o el duque de Orléans aprovecharon en su favor. Pero fue precisamente ésta popularidad y su apoyo a los partidarios del enciclopedismo lo que causó su caída. Pronto sacaron a la luz su verdadera identidad y el sinfín de estafas que había perpetrado a lo largo y ancho de Europa. Balsamo lo negó todo, pero, deshonrado y empobrecido, tuvo que exiliarse primero a Suiza y luego, convencido por Serafina, a Roma, donde llegó el 27 de mayo de 1789.

Sin embargo, los hechos no tardaron en darle la razón. Ese mismo verano se convocaban en Francia los Estados Generales y poco después caía la Bastilla. Cagliostro cobraba de nuevo importancia y algunos masones volvieron a contactar con él. Una atemorizada curia pontificia ordenó entonces a la Inquisición que lo detuviera de inmediato. Fue declarado culpable de herejía y condenado a «no hablar con nadie, ni ver a nadie, ni ser visto por nadie». El 20 de abril de 1791, Balsamo era trasladado al castillo de San Leo, donde fallecería cuatro años después.

Éste fue el final del hombre que muchos consideran “el padre de la masonería egipcia”, pues los ritos que hoy en día se usan en esta rama de la masonería derivan de los ideados por Balsamo, Conde de Cagliostro. Y si bien, es imposible no reconocer el lado pícaro del personaje, el valor iniciático y simbólico de su obra es incuestionable. Puede que el “Gran Copto” fuera una invención. Pero quien sabe… lo cierto es que todo cuanto profetizó Cagliostro ocurrió, y que sus conocimientos, destilados en lo que hoy se conoce como Rito Antiguo y Primitivo de Menfis-Mizraïm, son de un valor espiritual e iniciático incuestionable.

Debemos recordar que el Rito Menfis-Mizraïm fue instituido por el más grande de los masones de todos los tiempos, y el más heroico hijo de la vieja Europa: Giuseppe Garibaldi, el héroe de los dos mundos, y a quien le dedicaremos un capítulo la próxima semana. El Rito Antiguo y Primitivo de Menfis-Mizraïm incluye, además, al más puro y genuino rito masónico de todos los tiempos, aquel que practicaron los católicos jacobitas escoceses en su lucha contra la tiranía y la traición, el Rito Escocés Antiguo y Aceptado.

Quizás, como dicen sus detractores, Cagliostro fuera un timador. O puede, como dicen quienes defienden su legado, que sólo fuera la víctima de la difamación que sufren todos aquellos que están dispuestos a elevar su voz contra el fanatismo, la intolerancia y la tiranía, defendiendo la suprema religión de la buenas obras y los principios universales de la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad.

 

Fuentes de las fotografías: 

1.- www.biografiasyvidas.com

2.- www.historia.nationalgeographic.com.es

3.- www.lavanguardia.com

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